Donación de miedos, la nueva pseudo terapia furor en las redes

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Sólo cuando está libre del miedo existe un sentimiento intenso de ser bueno, de pensar con mucha claridad, de mirar las estrellas, las nubes, de mirar a las caras con una sonrisa (Krishnamurti)

3 de abril, II domingo de Pascua o de la divina Misericordia

Jn 20, 19-31

Al amanecer de aquel día, el primero de la semana estaban los discípulos con las puertas bien cerrada, por miedo a los judíos. Llegó Jesús, se colocó en medio de ellos y les dice: -Paz con vosotros.

El mundo se pobló de cruces en la Semana Santa y corrieron ríos de miedo sobre las conciencias cuando en la noche fría del Viernes el Papa Francisco las desgarró con una improvisada oración -Oh Cruz de Cristo- frente al Coliseo romano. En una de sus bellas imprecaciones acusó a la Iglesia: “Oh Cruz de Cristo, aún hoy te seguimos viendo en los doctores de la letra y no del espíritu, de la muerte y no de la vida, que en vez de enseñar la misericordia y la vida, amenazan con el castigo y la muerte y condenan al justo”.

Hay que saber tratar los miedos fantasmales iluminando la habitación oscura de nosotros mismos; porque la luz que ahuyenta las sombras nocturnas que nos asustan, está encendida en nuestras manos. Juan Pablo II propuso superar el miedo “del hombre y de lo que ha creado”: la guerra, la cultura de la muerte, la pérdida de la dignidad humana.

Los miedos se superan cuando nos dan y damos Paz y confianza. Las dió Jesús y nos las han dado en un encuentro histórico este año en Cuba, el Patriarca ruso Kiril y el Papa romano Francisco. Lo han testimoniado el calor de los abrazos, las palabras acogedoras de “Hermano”, y la promesa de un pronto nuevo encuentro.

La liturgia del II domingo de Pascua nos decía que la resurrección de Jesús transforma la vida de los que creen, cambia en alegría el miedo, e incrementa el número de los creyentes: “Crecía el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor”, como sugiere el capítulo V de los Hechos. Y no sólo de las lecturas bíblicas, sino también de otras inspiradas fuentes como la del síndrome de Sthendal.

Se cuenta que Henri Beyle -seudónimo Stendhal- (1783-1842), el famoso novelista francés visitó con ambición de arte y de belleza en 1817 Florencia, capital regional de la Toscana. En su visita sufrió una “sobredosis de belleza”, que el médico revisó y diagnosticó, -y así lo conoce la historia-, como “síndrome de Stendhal”. Para vivirlo quizás sea preciso hacer lo que el abuelo de los Simpson aconsejaba a sus conciudadanos: “Meter los ojos dentro”.

Lo puede originar todo tipo de belleza. El entrañable amigo de Chopin había descubierto un mal que desvela a millones de viajeros de todo el mundo y de todos los tiempos cada vez que pisan Florencia: es tan bella que aturde los sentidos. No sólo los sentidos de Stendhal sino también los de sí mismo, y los del resto de la criaturas. Ocurren estas cosas cuando uno mira el mundo con espejo de Evangelio y en su interior admira iglesias, museos y galerías de arte, con pinturas del Giotto, con Dante, Botticeli, Leonardo da Vinci, Rafael, y el David de Miguel Ángel. Seguro que Jesús está entre ellos.

El gran maestro indio Krishnamurti (1895-1986) -defensor de toda libertad- escribió que “Sólo cuando está libre del miedo existe un sentimiento intenso de ser bueno, de pensar con mucha claridad, de mirar las estrellas, las nubes, de mirar a las caras con una sonrisa”, e insiste en la idea de por qué no ha empleado el ser humano su inteligencia para liberarse de ese problema tan complejo del miedo, que es un motivo de guerra, un motivo para matar a otros.



SOÑARON

Soñaron que eran dioses y lo eran,
en cada criatura reflejados.
Eran divinos seres encarnados,
que tierra, mar y aire les parieran.

¡Qué Olimpo y qué florón si conocieran
la estirpe celestial que les dio cuna!

Quién soñaba por ti ¿el sol? ¿la luna?
Poco importa si fue el sueño o el hado,
lo importante es que todo fue soñado.
Soñaban Tierra y Cielo: ¡qué fortuna!



Vicente Martínez

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